Prólogo

De vez en cuando llega el momento en el que uno se encuentra obligado a decir: “Listo o no, ya es la hora”. Como ya ha llegado ese momento en cuanto a esta publicación, no puedo menos que valerme de unas palabras escritas por otro autor que también se dedicó a hacer lo que podía para captar con pluma y tinta algo de las riquezas de la lengua matsigenka y devolvérselo a sus dueños. “Lo que podía” era producir descripciones y análisis extraordinarios, dada la época en que vivía y los obstáculos que tenía que superar para realizar esta tarea.

Era el año 1923, cinco años antes de mi nacimiento, y no muchos años después del nacimiento de la lingüística moderna, cuando el Padre Misionero, Fr. José Pío Aza, escribió lo siguiente en el Prólogo a su libro Vocabulario Español—Machiguenga:

“Estoy muy lejos de creer a este Vocabulario completo, perfecto; antes bien juzgo lo contrario, y no tanto porque ninguna obra humana alcanza perfección absoluta cuanto porque soy de opinión que el vocabulario de toda lengua es una mina inagotable. Y si esto es cierto hablando de cualquier lengua, es mucho más tratándose del machiguenga... En fin, aun cuando el presente Vocabulario esté lleno de defectos e imperfecciones, siempre prestará alguna utilidad...”

Si me hubiera podido entrevistar con él, este personaje no habría captado mejor mis pensamientos al escribir estas líneas. Por un lado, parece el colmo de la arrogancia intentar preparar un documento de esta naturaleza en dos idiomas en los que al menos uno de ellos no es la lengua materna del autor. Por otro lado, no se puede resistir hacer lo que uno puede para dejar siquiera algo como base sobre lo cual otros puedan construir un mejor templo.

Escribo estas palabras faltando solamente días antes de la llegada del mes de mayo de 2010. Fue en el mismo mes de mayo, en el año 1952, que descendí de una avioneta acuática en la boca del río Timpía en el Bajo Urubamba y, por primera vez, puse mis pies en tierra matsigenka. Al poco tiempo me había enamorado de la lengua de esa tierra y el amor que nació en aquel entonces, se convirtió en una aventura amorosa que ha durado más de medio siglo.

No llegué sola al Timpía. Mis dos pequeños hijos de 22 y 8 meses de edad respectivamente, volaron conmigo sentados sobre mi regazo. Su padre, Walter, quien se había adelantado para prepararnos una habitación, nos esperaba en la playa pedregosa junto con tres o cuatro hombres más. Las pocas mujeres que también vivían en la boca del Timpía en aquella época miraban desde lo alto del barranco donde estaban medio ocultas y protegidas por el follaje.

A comienzos de nuestra estadía en el Timpía, cuidar a dos hijos pequeños y acostumbrarnos a una vida totalmente diferente a la que habíamos dejado río abajo, nos demandaba la mayor parte del día, pero por la noche, después de acostar a nuestros hijos en sus cunas aseguradas y encerradas con tela metálica, nos sentábamos en la mesa a la luz de una lámpara Coleman a devanarnos los sesos para descifrar los apuntes que habíamos recogido durante el día gracias a la disposición por enseñarnos de parte de las personas que nos habían visitado, y otros datos más que nos había entregado un colega. Ni siquiera pensábamos que algún día quizá estos apuntes tomarían la forma de un diccionario. Nuestra meta era poder comunicarnos con un pueblo mayormente monolingüe, disperso y aislado del mundo que existía un poco más allá del bosque que lo rodeaba. Nuestro afán era servirlo, dentro de las posibilidades que se nos presentaban, en las áreas de educación, salud, economía y en el área espiritual.

Poco a poco, sílaba por sílaba, palabra por palabra, más despacio que la famosa tortuga, una puerta comenzó a abrirse a un mundo que parecía ser impenetrable y que al mismo tiempo nos atraía. Así comenzamos a caminar a tientas en el viaje de toda una vida. Un viaje interrumpido por enfermedades, en medio del nacimiento de dos hijas y la muerte de nuestros padres, y a veces desviado a medias por nuestras propias incapacidades, otras veces por nuestra preocupación por otros objetivos. Aun ahora, tantos años después, no se terminan de elicitar datos, de refinar las definiciones y de mejorar las explicaciones, pero ya ha llegado la hora en que toca entregar a los dueños lo que se ha podido sacar de la “mina inagotable” que es su lengua materna. Se hace una invitación a más “mineros” lingüísticos que se interesen en seguir en la búsqueda de las claves a los misterios que esperan ser resueltos.

Los que se comprometan a investigar aspectos lingüísticos no descritos en esta obra, encontrarán amplios temas a desarrollar; por mencionar solamente unos cuantos: el segmento –t que en algunos idiomas arawakos es fonológicamente predecible, pero que en el matsigenka obviamente no lo es; los sufijos –a, homófonos y omnipresentes, de los que haya quizá siete, muchas veces ambiguos en las construcciones verbales; las fascinantes formas reduplicadas de los verbos de las que se han presentado solamente unos ejemplos; identidad Prólogo 12 más exacta de la flora y fauna descritas por un autor no especializado en ninguna de estas dos áreas; los cambios fonológicos, gramaticales y de vocabulario entre el matsigenka actualmente hablado y el de las décadas de los 50 – los 80, a las que esta descripción se limita.

En cuanto a lo difícil que fue, innumerables veces, conseguir una opinión unánime, por no decir un acuerdo entre por lo menos dos o tres personas, sobre los nombres de las plantas, pájaros y otras cosas que nos rodeaban en la selva o el uso de un vocablo o la definición de éste, hago eco de las palabras escritas por el Sr. Fidel Pereira en sus “Advertencias preliminares” que acompañan a su relato titulado “La creación del Mundo”:

“Aún en el día y en una misma localidad no todos los naturales la cuentan del mismo modo, porque cada cual suele contarla con más o menos gracia y detalles según el grado de su ingenio y conocimientos, y hasta estoy por creer de que en esta leyenda sobre la creación se hayan infiltrado las tradiciones de otros pueblos aborígenes y quizá también las tradiciones bíblicas”.

(Se espera que en el futuro cercano se cumpla el deseo de publicar un compendio que incluya el relato mencionado, entre otros cuentos tradicionales y conceptos culturales que no se describen en estas páginas.)

Todos sabemos que detrás de todo atleta que llega a la meta hay un ejército de personas que invierten sus fuerzas y habilidades en él. Esto no es menos cierto en cuanto a un proyecto de esta naturaleza. También se habrá dado cuenta de que en casi todo libro que se publica se incluyen palabras semejantes a éstas: “Si no fuera por fulano de tal, este libro nunca habría visto la luz del día”. Estas palabras nunca fueron más ciertas que en el caso de este libro que usted tendrá la oportunidad de tener entre sus manos. Es imposible mencionar los nombres de todos los que han sido parte del gran ejército que personalmente me han respaldado en este esfuerzo. Entre ellos están colegas del ILV, familiares y amigos, tanto de América del Norte como también del Perú, que han colaborado de una y mil formas y se los agradezco de corazón. Sin embargo, hay siete personas que merecen ser mencionadas nombre por nombre por su gran contribución en este trabajo.

Por más de 40 años, Irene Chávez P. ha estado a mi lado, en persona o gracias a algún medio de comunicación, acompañándome en cualquier proyecto que nos tocó emprender. Mujer de gran inteligencia y creatividad, ella se ha sacrificado enormemente para guiarme en mi búsqueda de definiciones más exactas y notas explicativas sobre los términos incluidos en la parte léxica de este diccionario. A lo largo de estos años, hemos compartido risas y lágrimas, y hemos comido del mismo plato y dormido bajo el mismo techo. Noshinto, nunca podré terminar de decirte cuán agradecida estoy contigo. Sabes mejor que nadie que sin tu compromiso y habilidades no existiría gran parte de este libro.

Profesor bilingüe extraordinario, pastor y consejero, ejemplo fiel de un hombre con el corazón de siervo y una vida puesta a disposición del servicio al prójimo, Venturo Cruz K., junto con su esposa Anita, se sacrificaron al dejar las comodidades de su hogar, su comida tradicional y a sus familiares para pasar meses conmigo repasando y revisando desde la A hasta la Y, las entradas de este diccionario. Notomi, trabajar contigo y con Anita hizo de mí la beneficiaria no solamente de tu sabiduría y de tus experiencias de haber crecido en el Alto Urubamba, abierto nuevos caminos en el Mantaro, y enseñado en el Bajo Urubamba, sino también de tu vida de fe y oración. Te agradezco de todo corazón.

Colega del ILV y Coordinador de Publicaciones para las Américas, Bill Dyck nos lanzó un salvavidas cuando no encontrábmos a nadie con la experiencia necesaria para componer a tiempo un manuscrito tan complejo. Bill se ofreció añadir este proyecto al trabajo a tiempo completo que ya tenía. La composición de este libro, que en su mayor parte todavía no estaba en la debida forma, requería no solamente gran pericia sino también una enorme paciencia. Guillermo, ha sido un verdadero gozo trabajar contigo. Siempre estaré muy agradecida por el espíritu con que has colaborado en este proyecto y aun más por tus palabras que me daban aliento mientras nos enfrentamos al desafío que se nos presentaba.

Me encontré con Giuliana López de Hoyos cuando ella estaba esforzándose a estudiar la lingüística en inglés, lo que era para ella un segundo idioma. Nunca nos imaginábamos que más luego, ella se dedicaría por varios años a revisar y corregir definiciones y notas, muchas de ellas sobre cosas de la selva que ella nunca había visto ni imaginado, todas escritas en algo que a veces le habrá parecido ser de un tercer idioma. Giuliana, tu compromiso conmigo ha sido extraordinario. Mi agradecimiento es inexpresable. Los errores que se metieron en el manuscrito cuando ya no tenías la oportunidad de repasarlo, ¡inclusive los en este párrafo!, igual como cualquier otro que escapó tu vigilancia, son míos, no tuyos.

J. Epifanio Pereira es un nombre que aparece más de una vez en la bibliografía que aparece en esta obra. Lo que no aparece en esa lista son los innumerables documentos, algunos escritos a mano, otros a máquina, que Epifanio nos dejó antes de llegar al fin de su paso por este mundo. Me traen recuerdos muy especiales los meses que pasamos juntos en 1984, en compañía de Lidia y su invalorable ayuda, componiendo el primer borrador del léxico. Espero que pronto los demás conceptos que compartió con nosotros provenientes del gran tesoro de su bagaje de conocimientos del idioma matsigenka y su cultura, estén impresos de manera que puedan formar parte del patrimonio de sus descendientes y demás familiares y paisanos.

En el mundo lingüístico, se conoce a Mary Ruth Wise por su merecido título de Doctora, y como especialista en los idiomas que pertenecen a la familia arawaka. Yo la conozco como colega, asesora por excelencia, amiga, dadora de palabras de ánimo, como mi mano derecha y la persona más idónea del mundo para acompañarme en el largo trayecto de la elaboración de este volumen desde su inicio hasta este momento. Además de revisar todo el manuscrito, más de una vez, y hacer muy valiosas sugerencias, ella preparó el borrador de las notas explicativas e hizo una contribución significativa a la composición del índice castellano— matsigenka. Hace tiempo ya perdí la cuenta del número de tazas de café que me habrá servido durante las horas que hemos pasado trabajando juntas. Mary Ruth, si hay una persona de quien se puede decir que sin ella este libro todavía tendría esta forma, tú eres esa persona. No tengo palabras con que agradecerte.

Escogí dejar para el último el nombre de la persona con quien comencé este viaje y quien “se adelantó” sin verlo cumplido. Wayne Walter Snell H. era un hombre con una gran visión y cuyo lema siempre era: “¡Adelante!” Mientras dejaba que otros se ocuparan de detalles de su último proyecto, él ya estaba avanzando con el próximo. No era nada diferente en cuanto a su modo de centrarse en el idioma matsigenka. Sin embargo, año tras año, nunca dejó de apoyar con sus oraciones el proyecto de este diccionario y a todos los involucrados en éste. A veces le costó grandes sacrificios personales seguir esperando con paciencia el día en que se pusiera el punto final del último renglón. Don Walter, no sé exactamente cómo es el lugar donde estás ahora, pero si te daría gozo saber que estoy por poner el punto final que tanto esperabas, pido a nuestro Señor que te informe sobre este hecho y te diga que de por vida te estaré sumamente agradecida por haberme permitido hacer realidad este sueño dedicado a nuestros queridos amigos del pueblo matsigenka.

Al escribir estas líneas, mi mente se llena de recuerdos de los primeros días en el Timpía cuando nos despertábamos por la mañana con el sonido de los cotomonos aullando en los cerros cercanos y nos acostábamos escuchando las voces de un coro nocturno que emanaba de los árboles a nuestro alrededor. Durante el día el sonido que producían los adornos en las cushmas de las mujeres que venían presurosas por la trochita que separaba nuestra casa de la suya, nos advertía que nos estaban llegando visitantes amables con un agudo sentido del humor; de igual manera la llamada “neri” en la puerta nos anunciaba la llegada de una porción de carne de caza para nuestra cena. Nosotros y nuestros hijos hemos salido beneficiados de nuestro vínculo con la familia matsigenka que nos adoptó. A ellos les presento este volumen con humildad, respeto y amor, pidiendo disculpas por las fallas y los errores, por todos los que yo asumo total responsabilidad.

Betty A. Snell Texas, E.U.A. 2010

Snellfamily
La familia Snell en casa en el Camisea